Editorial: Un problema gordo de verdad
Los malos hábitos alimentarios han elevado los índices de sobrepeso de los colombianos. Una bomba de salud pública que todos los estamentos sociales deben enfrentar.
Pese a lo insanos que resultan, entre los colombianos se han ido afianzando los malos hábitos de la cultura occidental, como la mala dieta y el sedentarismo. El reflejo son los altos índices de sobrepeso y obesidad, que, por afectar a la mayoría de la población, ya se consideran un problema de salud pública.
De acuerdo con la última Encuesta Nacional de la Situación Nutricional (Ensin 2010), el 51,1 por ciento de todos los adultos tienen sobrepeso u obesidad (5,3 puntos porcentuales más que hace cinco años), lo mismo que uno de cada seis niños y adolescentes.
Los resultados son lamentables, pues demuestran que los colombianos no son conscientes de los riesgos que esta condición entraña y no son pocos los que optan, por razones estéticas, por soluciones rápidas y poco efectivas, como las liposucciones o las lipoesculturas.
La evidencia científica confirma que ningún órgano del cuerpo está libre de los efectos del acúmulo de grasa. Son bien conocidas las secuelas que trae al corazón y las arterias; de hecho, los infartos cardiacos y accidentes cerebrovasculares son la principal causa de muerte en el mundo.
Su impacto sobre el esqueleto y sus articulaciones, los riñones, los sistemas digestivo, respiratorio y reproductivo y la piel -sin dejar de lado las consecuencias emocionales, sociales, laborales y económicas, entre otros- exige que este problema se aborde con seriedad, y no de manera marginal, como hasta ahora.
No de otro modo pueden modificarse los patrones culturales, que son, en buena medida, responsables de la gordura. Según la Ensin, más del 71 por ciento de los colombianos no incluyen verduras en su dieta diaria; cuatro de cada diez no consumen lácteos; el 35 por ciento excluye las frutas, y el 15 por ciento no come ni carne ni huevos. Además, menos de la mitad de la gente cumple con el mínimo de actividad física recomendada para mantenerse sana y buena parte de los niños dedica su tiempo libre a los videojuegos o a ver televisión.
Se aduce que la mala dieta es un asunto de costos, pero lo cierto es que la canasta familiar promedio hoy incluye productos menos saludables y más caros, como los embutidos, la comida rápida y chatarra y las bebidas azucaradas y gasificadas (que sacaron de la mesa a los jugos naturales).
Bien se dice que todo empieza por casa. Las loncheras de la mayoría de los niños son una muestra clara de los malos hábitos alimentarios, reforzados por la publicidad permanente y la carencia de políticas claras de promoción de la salud y prevención de la enfermedad en este campo.
Lo curioso es que desde el 2009 Colombia cuenta con una ley, la 1355 o Ley de Obesidad, que da herramientas a las autoridades de salud para generar normas y acciones conducentes a lograr que la población coma mejor. Ella contiene, por ejemplo, disposiciones para regular el tipo de productos que se expenden en las tiendas escolares. Infortunadamente, y por una inexplicable falta de voluntad política, la norma sigue sin reglamentarse. Mientras tanto, el sistema de salud asume los incalculables costos de esta condición prevenible y los generados por el aumento de las cirugías bariátricas, que no son promocionadas como lo que son (un recurso extremo para casos de obesidad mórbida), sino como una solución mágica para perder peso.
El manejo de la bomba de tiempo que es la gordura exige el compromiso de todos los estamentos sociales, de los que también forma parte la industria productora de alimentos. Hay que adoptar ya las soluciones, si no se quiere llegar a los peligrosos índices de obesidad de Estados Unidos y México, donde el problema se salió de las manos hace tiempo.
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