martes, 15 de febrero de 2011

LA ESPECIE BOTULÍNICA O LA FALSIFICACIÓN DE SI MISMO

Falsificaciones

Falsificaciones
Fernando Quiroz, columnista de EL TIEMPO.  Publicado el 15 febrero 2011

Fernando Quiroz

"Quienes utilizan tóxicos para borrar sus arrugas no entienden que, además de poner en peligro la salud, atentan de manera gravísima contra la estética."
    Una trampa de la memoria, pensé. Porque no cabía duda: la mujer me conocía. Así lo demostró esa decisión con la que avanzó hacía mí, mientras yo trataba de escanear a enorme velocidad imágenes de aquí y de allá que me ofrecieran alguna pista. Nada. "Qui'hubo, Quiroz, no lo veía desde la universidad." No había duda: no solo me conocía, sino que, a juzgar por lo coloquial de su diálogo, no me extrañaría que hubiera estado sentada en el pupitre de al lado varias veces, en varias materias, en varios semestres.
    Pero no era una trampa de la memoria: quien quiera que fuera la mujer, estoy seguro de haber guardado de ella imágenes de los tiempos en que formó parte de esta especie que llamamos humana y no de esa otra que aún no ha sido bautizada, pero a la cual podríamos referirnos como la especie botulínica.
    Botulínica, sí, como la toxina que ha sido prohibida como arma de guerra por la Convención de Ginebra dada su alta peligrosidad, y que, sin embargo, tantas mujeres y también ahora muchos hombres utilizan para borrar sus arrugas, sin entender que, además de poner en peligro la salud, están atentando de manera grave, gravísima, contra la estética.
    Se autodenominan estéticos, sin embargo, los cirujanos que la promueven, prometiéndoles a sus pacientes el imposible de borrar la huella de los años. ¡Como si envejecer fuera vergonzoso! Pero, en todo caso, aun si lo fuera, haciéndoles creer que descubrieron el secreto de la eterna juventud. Que pueden borrar las consecuencias del paso del tiempo, cuando lo que en realidad borran -además de la dignidad- es la fisonomía.
    Los rasgos propios, los que hacen a una persona particular e inconfundible, y de paso los rasgos de la especie. Renuncian al redil de los humanos y se pasan a este otro de seres deformes e igualados: parecen fotocopias borrosas, imitaciones de baja calidad, falsificaciones.
    Eso es: falsificaciones. ¿De quién? De ellos mismos. De la duquesa de Alba. De esos extraterrestres de película de bajo presupuesto. De ciertas actrices a las que ya no contratan. De esos seres que uno se demora en saber si son hombres, mujeres o fantasmas. Si están vivos o escaparon de alguno de los museos de madame Tussauds.
    Me pregunto si aquellas adictas al bótox tendrán un marido honesto, unos hijos sensatos. O al menos un espejo que, como el de la madrastra de Blancanieves, les diga la verdad, aunque les duela. Por su bien y el de aquellos que nos las cruzamos en el camino.

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